domingo, 6 de diciembre de 2009

Julia

La infancia de Julia había transcurrido lentamente, o eso le pareció a ella, sin sobresaltos y sin grandes aventuras. Desde que recordaba había vivido en aquella casa frente al mar, rodeada de árboles, de una extensa valla que solo se abría frente al acantilado y como no, de sus queridas gaviotas.

Al igual que aquella casa, Julia recordaba desde siempre a su madre junto a ella, dulce, cariñosa y siempre pendiente de su educación. Una educación que, si Julia hubiera podido comparar con la de los demás niños de su edad, le habría parecido excesivamente rígida. Pero no tenía referencia para ello. No iba al colegio del pueblo, un tutor se encargaba de sus estudios, de su disciplina en la equitación e incluso de sus pautas de comportamiento.

Cuando Julia llegó a la adolescencia apareció una mujer más en su vida, una mujer que, en palabras de su madre, la haría ver la vida como una hembra. Entonces no lo entendió…


Una vez por semana llegaba a casa un Señor al que su madre miraba con ojos de admiración y respeto. Pero sobre todo lo que impresionaba a Julia, era la docilidad de su madre ante el. Cuando el estaba en casa todo cambiaba. Su madre apenas estaba con ella y los pocos ratos en los que podía disfrutar de su presencia la veía más bella que de costumbre.

1 comentario:

Ipnauj dijo...

Las mejores maestras fueron las gaviotas.

Un gran saludo.