miércoles, 1 de septiembre de 2010


Ella hacia mucho tiempo que había dejado de cuestionarse muchas de las cosas que constituían su vida. Una de ellas era la validez y justicia de los castigos que El le infringía. Eso ya no importaba. Como tantas otras cosas…



Pero continuaba atada, a pesar de haber transcurrido bastante rato desde que El acabó de azotarla con aquel artilugio que ella odiaba a muerte: la fusta de cuero que tan orgullosamente guardaba su Señor.




El simplemente se sentó a sus espaldas, cogió su güisqui y bebió, tranquilamente, sin prisas, observando las marcas que iban apareciendo en su trasero y espalda. Observando como aumentaba su color púrpura.


Ella lo prefirió así. No quería mirarle a la cara, aún no, por eso su pelo caía sobre su rostro sudoroso, pegándose a el, y ella no hacía nada por apartarlo.


No quería, ni mucho menos, que El viese sus lágrimas, sus ojos llenos de odio y su expresión, expresión muy lejana a la de una servil esclava…




1 comentario:

Unknown dijo...

Creo que si llega ese momento, en que ya no se desea el castigo, y dejamos de sentirnos felices...


entonces es que ya no vale la pena seguir.

el bdsm es para ser felices, no para sentirnos desdichados...