Se atiborró de pastillas para dormir, todas las que tenía a mano.
Pero entonces se asustó. Iba a morir a no ser que lo solucionara de inmediato. Podía ir al baño y vomitar, no era difícil. Aún podía. También podía llamar a alguien y pedir ayuda.
Podía hacer las dos cosas: vomitar y llamar por si acaso el vomito no surtía efecto. Pero entonces que sentido tendría lo que había hecho? No le dejaría ninguna opción a su deseo de no seguir viviendo.
No vomitó, hizo la llamada y se dejó envolver en la dulce oscuridad, dejando la solución al destino, un destino que se había bifurcado al realizar dicha llamada.
Ahora podía morir o no, ya no dependía de ella, sino de que alguien llegara a tiempo para impedirlo
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